Miradas Inclusivas
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Ilse Miranda
20/08/2014 - 09:28

¿Vivir bien? ¿Ser feliz? Transporte chatarra

Para mí, el ejemplo de que es posible transportarse bien y feliz es el Puma Katari: me siento tan valorada en esa experiencial que, siendo un ser impaciente, las colas no me hacen mella. Y no me disgusta caminar y caminar para llegar a alguna de sus paradas o llegar a mi destino desde alguna de ellas. 

Vivir bien o ser feliz como derechos humanos, pese a la subjetividad que puede implicar la interpretación de ambos vocablos y el que ninguno de los dos forme parte de la doctrina de los derechos humanos y, tal vez por ello mismo, constituye la percepción de nuevos horizontes de desarrollo para las personas que habitamos este planeta.

Resulta paradójico, sin embargo, que la visión de estos nuevos horizontes de y para la vida, ocurra de manera paralela a experiencias en las que las muertes,  atroces y bárbaras, parecen incorporarse en la cotidianeidad que hoy por hoy, nos toca vivir, de manera directa unas veces y otras a través de los medios, cada vez más explícitos en esto de socializar el horror y la impotencia. La contradicción emerge, en tanto, mientras aspiramos a vivir bien y ser felices, nos vamos acostumbrando a la barbarie y lo siniestro se enaltece: existe una brecha abismal entre aquello que queremos e intentamos y aquello que efectivamente logramos realizar como humanidad.

Enhorabuena, ambas situaciones de vida, vivir bien y ser feliz, se están incorporando en las políticas de desarrollo de nuestro país. Creo que para un enorme conjunto poblacional, entre los que me cuento, resulta gratificante ser parte de gestiones de vida en las que se vienen construyendo nuevos mundos, en los que se pretende valorizar cualidades humanas que pueden albergar respuestas frente a los riesgos de perecer en que se encuentran las existencias que habitamos este mundo. En el nivel de las intenciones y de las visiones, parece que andamos bien.

Visiones así de valiosas e innovadoras no merecen quedarse estancadas en una retórica discursiva o en la etapa emblemática de la intención. Es estratégico proteger su emergencia de aquellas contradicciones planteadas anteriormente, pues vivir en la constante contradicción de proponer, desear e intentar en un sentido y realizar o lograr en su más abyecto contrario, amenaza constituir la era del cinismo, expresado además, como anécdota.

En el mismo país en los que sus líderes visualizan un mundo en el que se viva bien feliz, lo atroz está presente físicamente en linchamientos, feminicidios, violaciones sexuales, violencia física extrema contra niñas, niños, adolescentes, adultas(os) mayores, mujeres, animales, raptos para intercambiar dineros, cuerpos o trabajo, ajustes de cuentas, explotación sexual.

Lo atroz se expresa también socialmente y de manera fatalmente envolvente: inseguridad jurídica, anulación de la crítica, masificación del pueblo, narcotráfico, tráfico de influencias, apropiación del estado para grupos y fines particulares, líderes haciendo apología de la violencia, chisme y prebenda como política de gobierno, uso y abuso de dirigencias y un largo etcétera. En los hechos, urge re-pensar el camino.

Por esa ruta, mejor dejar el ejemplo en enunciaciones, no conviene arriesgarse a experiencias depresivas u opresivas. Vamos a un ejemplo, cuya atrocidad parece más suave: el transporte nuestro de cada día. Es una experiencia universal, todas y todos acudimos a alguna forma de transporte cada día, es muy frecuente, esto ocurre un mínimo de 4 veces cada día, constituye una vivencia intensa y significativa, no es lo mismo llegar a hora, que llegar tarde o no llegar: mientras nos transportamos, nuestra experiencia tiene la capacidad de generar valor en torno a nuestros cuerpos, así como de devaluarlo. Eres feliz cuando la sociedad te refleja que tú vales para ella. La infelicidad surge del diario recordatorio que vales poco… o nada.

Para mí, el ejemplo de que es posible transportarse bien y feliz es el Puma Katari: me siento tan valorada en esa experiencial que, siendo un ser impaciente, las colas no me hacen mella. Y no me disgusta caminar y caminar para llegar a alguna de sus paradas o llegar a mi destino desde alguna de ellas. Pero. Pero. El tiempo no siempre permite estos gustos, es una experiencia local,  son tan pocos y están presentes en escasas rutas, que su posibilidad de impactar asertivamente la calidad de vida de bolivianas y bolivianos es sólo latente. Pero es potente como experiencia y esperanza: aquello es posible.

Al otro lado, el transporte chatarra. Dice el diccionario sobre chatarra: Conjunto de piezas o residuos metálicos casi inservibles. Una definición que le caza al guante al 90% del transporte local e interdepartamental que soportamos cada día. Un día de estos van a habilitar rejillas en los techos para llevar más gente. Como lacera cada fierro expuesto, la falta de esponja, los asientos rendidos. Ofende la mugre, el olor y el encierro. Cómo agreden al priorizar sus carreras entre ellos, los horarios de sus citas ante la seguridad de sus pasajeros, al no contestarte, a mostrarte como aprovechamiento un lugar de bajada que pone en riesgo tu vida. Si bien el trato es bastante democrático, en el sentido de que  le asignan a todo pasajero, a toda pasajera, un valor casi nulo, hay que ver cómo maltratan a las personas más viejas, a los niños, a las mujeres, que somos siempre las que llevamos las bolsas y los hijos. Y ni hablar de las personas con capacidades diferentes. Veo la tensión y el stress en ellos cada que se acerca la hora de embarcarse, el temor de no lograrlo. ¡Ese conjunto de fierros es efectivo para maltratar en todos los sentidos!

Es indignidad lo que se vive día a día en el transporte chatarra. Venimos de horizontes de vida tan de pauperizados, estamos tan acostumbrados al maltrato, que no advertimos la agresión profunda que se nos infringe en el transporte cada día. Peor aún, no le damos importancia a la violencia intensa que implica transportarnos. Y no faltan quienes piensen que el buen trato y la comodidad son lujos, que quién las quiera se vaya en avión o en radio taxi, pues la mayoría, mientras estemos pobres, no la merecemos. Y otros que creen que poniéndose camisa y corbata equilibran la balanza. Las flores después de la paliza son indicador de impunidad y de cinismo, por tanto, otra agresión.

El transporte chatarra debe ser citado como ejemplo de gestión de maltrato, de vivir mal y de infelicidad. Las nuevas visiones tienen que escapar de los discursos y de los actos meramente emblemáticos y apoderarse del día a día, tomar la cotidianeidad para transformarla.

Tal vez interiorizando el valor de nuestra vida en lo cotidiano, logremos percibir la dimensión de horror en otros actos que nos rondan, entenderemos que la protección, el quererse, pasa también por tener la oportunidad y el derecho de ser feliz en el detalle y en lo cotidiano. En tiempos pre electorales, ¡Exijamos a candidatas y candidatos a servidoras(es) públicos lo que nos merecemos!

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