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Iván Canelas Lizárraga
23/08/2017 - 18:57

El Tipnis que conozco

Aún en estos tiempos, hay quienes creen que vivir en armonía con la naturaleza es volver al estado primitivo de la humanidad. Aún hoy, hay quienes creen que la pobreza extrema, debe seguir siendo parte del folclore de ciertas culturas y que muchos de los pueblos ancestrales que hoy viven en ese umbral, deben permanecer como están.

Habitantes del Tipnis navegan por rio, llevándo sus enseres personales y su comida. En la foto una familia lleva sus alimentos y un frigorífico oxidado.

Aún en estos tiempos, hay quienes creen que vivir en armonía con la naturaleza es volver al estado primitivo de la humanidad. Aún hoy, hay quienes creen que la pobreza extrema, debe seguir siendo parte del folclore de ciertas culturas y que muchos de los pueblos ancestrales que hoy viven en ese umbral, deben permanecer como están.

Desde esa perspectiva es que quisiera analizar lo que está sucediendo actualmente en Bolivia, ante el debate por la construcción de una carretera que pase por el medio del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), discusión por la que transitan una serie de líneas de pensamiento que básicamente se dividen, y ahí está la manipulación en la que caemos como sociedad, entre quienes están a favor de la vía y quienes la rechazan.

Como en todo debate, en este, tampoco deberían existir los absolutismos, porque ni quienes proponen la carretera no son ecologistas, ni quienes la rechazan, lo son. Una vez más, otra discusión que resulta transversal para el país, y que debería abordarse con la mayor seriedad y transparencia posible, ha sido contaminada por una estrategia de manipulación de la opinión pública liderada por ciertos medios de comunicación que respondiendo a intereses políticos nos han desviado de lo central: ¿Cómo compatibilizar pobreza con conservación?  

Este escenario de manipulación de la información y de normalización de la pobreza diciendo por ejemplo que, “la vida en el Tipnis fluye de manera simple (…)”, pretende anular e invisibilizar la verdadera realidad de los protagonistas principales del conflicto, que no son otros que los miles de seres humanos miembros de los pueblos moxeños, yuracarés o chimánes que hoy, mientras en los grandes centros urbanos se discute por ellos, viven al margen de la satisfacción de sus necesidades básicas, lo que no es otra cosa que subsistir en la miseria.   

Como periodista y fotógrafo, he tenido la oportunidad de ingresar al Tipnis en al menos ocho oportunidades durante los años 2011 y 2013, cuando el Gobierno Nacional y la oposición política y mediática mantenían una dura controversia, a causa del proyecto de carretera. Sumado el tiempo, llegue a convivir con los habitantes del Parque, aproximadamente tres meses. 

Hace días, me preguntaron cómo se llega al Tipnis, y respondí: Quien quiera ingresar al parque, y no sólo como admirador de paisajes, sino a visitar o incluso convivir con sus habitantes, tendrá que abordar uno o más aviones, avionetas, recurrir a caballos o mulas, navegar en lanchas y/o botes y caminar por varias horas, acompañado de guías y cargado de un equipaje compuesto de mapas, víveres y medicamentos para varias semanas. Y no sólo eso, al ser prácticamente inexistentes las conexiones eléctricas, el viajero se enfrentará a pasar su estadía sin luz en las noches, sin energía para ningún aparato y por lo tanto incomunicado y doblemente aislado.

Lo mismo pasa con el agua y para hablar de ella, no puedo evitar hablar de la escasez  registrada en La Paz a finales del 2016, cuando decenas de miles de ciudadanos se quedaron sin el líquido vital por semanas, situación que es la que soportan los indígenas del Tipnis pero durante toda su vida, porque además de que no se conoce el alcantarillado, el agua que se consume, es recogida de ríos y arroyos, para luego de hervirla, y aún turbia, beberla o cocinar con ella, lo que causa infecciones, fiebres y diarreas, que afectan sobre todo a los niños que muchas veces mueren por no contar con oportunos tratamientos médicos básicos. 

En este escenario de aislamiento por la ausencia de vías de comunicación, en que se vive, la población más vulnerable son siempre los niños y las mujeres. Es una realidad encontrar en el Tipnis niñas de 12 años embarazadas u otras de 14, ya con dos hijos, o mujeres adultas cansadas de estar encinta año tras año, sin poder acceder siquiera a programas adecuados de planificación familiar.  No está demás pedirle al lector que imagine: ¿qué cree que ocurre ante un accidente con rotura de huesos o con una picadura de víbora?, Si actualmente encontrar ayuda le tomaría a un ciudadano del Tipnis, al menos ocho horas de navegación en bote a motor.

Otra realidad lacerante es el nulo o escaso acceso a la educación, porque no sólo no hay profesores suficientes en todas las comunidades, sino que la existencia de ellos, tampoco garantiza que todos los niños y adolescentes acudan a formarse. La ausencia de infraestructura se suma a los problemas y provoca que estudiantes de todas las edades compartan una misma aula y sean instruidos por el único profesor del lugar que debe distribuir sus esfuerzos y atención, en un mismo momento, no sólo entre todos sus alumnos, sino entre niños de distintas edades y de diferentes niveles de instrucción. 

Los maestros destinados a esas comunidades son verdaderos héroes de la alfabetización, aunque, pensar en una mejor formación para los estudiantes, sería demasiado, en lugares donde un cuaderno, un lápiz o un libro son tan escasos como el acceso a una buena alimentación. Ahí se vive de lo que siembra, de lo que se cría, caza o pesca y el éxito de cualquiera de estas actividades depende de tantos factores que muchas veces la escasez de alimentos pone a estas comunidades en riesgo. Alimentos perecederos como el arroz, fideo o la harina, deben comprarse en el centro urbano más próximo a muchas horas de viaje, sobre mula o en bote, por selva y ríos donde abundan los peligros. 

El autor del artículo Ivan Canelas Lizárraga rodeado de algunos niños en la comunidad de San Bartolomé en el Tipnis.

Los habitantes del Tipnis son víctimas de la violación permanente de sus derechos humanos más elementales. Sólo hace algunos años se inició un proceso de carnetización y vacunación y se llevaron algunas postas de salud, se destinaron más médicos y maestros a las comunidades, pero ante lo imponente de la selva y la lejanía impuesta por el difícil acceso, lo hecho hasta ahora y lo que se haga en el futuro tardará mucho, hasta que sea suficiente.

La estrategia mediática de invisibilización de estas condiciones de vida y encaminada a dirigir el debate hacía los intereses políticos más conservadores ha hecho, por ejemplo, que muchos sectores no hablen de las condiciones de vida de los indígenas de la zona, y es más, pretendan hacernos creer que quienes tenemos todas nuestras necesidades satisfechas en las ciudades, pensemos que podemos arrogarnos la voz y el voto de quienes hoy padecen una realidad opuesta.

Esa realidad que ni por asomo imaginan quienes no estuvieron ahí, pasa por considerar dos elementos fundamentales. El primero tiene que ver con garantizar la calidad de vida de los ciudadanos del Tipnis tomando en cuenta un enfoque relativista que no es otro que el respeto de su sistema cultural sin ninguna valoración moral o ética de ésta, y el segundo, la conservación de la riqueza natural del Tipnis, la que no necesariamente pasa por la construcción de la vía, sino en cómo vamos a utilizar ésta, o al menos eso parecen decirnos los cientos de ejemplos en el mundo que nos enseñan, que en estos tiempos, la única manera de conservar la naturaleza es haciendo a la población consciente de ella, motivándole el acceso y educándola bajo conceptos sostenibles. ¿No es eso justamente lo que nos dicen los miles de kilómetros de carreteras construidas en decenas de parques nacionales alrededor del mundo?

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