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Arturo Yáñez Cortes
16/11/2021 - 18:30

La libertad de expresión y sus vericuetos

No deja sin embargo de sorprenderme que algún colega ante alguna publicación para su gusto o el de algún otro integrante que le arenga, que no cumple sus gustos o estándares permitidos para su criterio, amenace o sin el Debido Proceso, expulse ipso pucho del grupo, dice por “infringir las normas internas”.

En estos tiempos ultra super recontra digitales, formo parte de varios grupos de WhatsApp intregrados por colegas Abogados, en algunos me han añadido de oficio y en otros, decidí ingresar y, especialmente, permanecer. Nunca me hice problema de lo que cada colega vea por conveniente publicar lo que va desde temas académicos, pasando por opiniones políticas partidarias, hasta cualquier otro tema incluyendo propagandas de comidas, khalas, etc que, entiendo, resultan de su interés o estima lo será del resto de integrantes; pues están simple y llanamente, ejerciendo su libertad de opinión y expresión.

No deja sin embargo de sorprenderme que algún colega –el temible administrador o similar- ante alguna publicación para su gusto o el de algún otro integrante que le arenga, que no cumple sus gustos o estándares permitidos para su criterio, amenace o sin el Debido Proceso, expulse ipso pucho del grupo, dice por “infringir las normas internas” ¿Cuáles?, por azotar su buen y ponderado gusto o cualquier otro pretexto temiblemente arbitrario, erigiéndose en el vil rolcito de comisario de la libertad de expresión. Puaj!!!

Asombra aún más, que esa ignara postura provenga de algún estudiado en leyes, que se supone al menos, conoce perfectamente que ese ejercicio de la libertad de pensamiento se exterioriza a través de la libertad de opinión o expresión, se trata de un derecho fundamental civil (21. 5 y 6 de la CPE) franqueado en favor de toda persona, para expresar y difundir libremente pensamientos y opiniones por cualquier medio de forma que todos podemos acceder a la información, interpretarla, analizarla y comunicarla –nuevamente- libremente, sea individual o colectivamente y, sobre todo con el añadido expresamente establecido (art. 13 de la CADH) que ese ejercicio, no está sujeto a censura previa –de ahí lo ridículo de meterse de comisario- y comprende, la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de, TODA índole. Más clarito, agua bendita. 

Incluso, la jurisprudencia de la CORTE IDH ha dejado vinculantemente resuelto que su ejercicio alcanza no solo a las informaciones o ideas que sean favorablemente recibidas o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino también aquellas que chocan, inquietan u ofenden al estado o a una fracción cualquiera de la población, pues constituyen presupuestos del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin las cuales, no existe una genuina sociedad democrática.       

Con base a tal razonamiento, la CORTE IDH ha construido su célebre doctrina –imposible que algún jurista la ignore- del estándar de las dos dimensiones: la persona individualmente tiene el derecho y libertad de difundir su propio pensamiento, pero también colectivamente, todos tenemos ese mismo derecho y libertad de recibir informaciones e ideas, de los otros.

Pues bien, más allá de lo que acontece con esos grupos que a veces son un pésimo ejemplo de aquello que en casa de herrero cuchillo de palo, qué difícil le resulta al poder peor cuando está desbordado aceptar que los periodistas, en legítimo ejercicio de su trabajo, difundan y circulen ni siquiera ideas y pensamientos, sino imágenes, testimonios u otras informaciones sobre el estado del arte de nuestra sociedad, que eventualmente, no sean de su agrado, por mucho que se acerquen a la realidad. Eso explica que entre los “enemigos” de todo gobierno de corte autoritario y peor degradado en dictadura, estén invariablemente los medios de comunicación que no les aplauden como focas como aquellos para estatales –Raúl Peñaranda dixit, en su “Control Remoto”- sean tratados como tales. 

En las últimas semanas, vemos desagradables ejemplos de ello; por ejemplo cuando los grupos armados e impunes de avasalladores la emprendieron contra la prensa, la barra del Ministro de “educación” renunciado; los movimientos sociales del gobierno u otros de sus serviles movimientos, agreden a los mensajeros, tratando de distraer la atención pública el mensaje de fondo o revelando el talante del poder, sensiblemente tornado irremediablemente en autoritario como lacra de los últimos gobiernos nacionales. 

Definitivamente, el boliviano con cualquier nivel de poder –desde el gobernante, hasta el administrador de los grupos de whatsapp auto convertido en comisario- tiene una relación tortuosa con la libertad de pensamiento y expresión. ¿Será por aquello de ORWELL, cuando sentenció que: “La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír” .               

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