Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
23/07/2015 - 12:11

Pluriculturalidad y comunicación

No solo de letras en sopa viven los pueblos, no siempre nutre la palabra. La pluriculturalidad es algo más que papel, por más que ese papel configure una Constitución y que esa Constitución reconozca —nada menos que— derechos individuales y colectivos de personas y de naciones o pueblos originarios.

La palabra no siempre nutre. El papá Estado ha dado el salto tecnológico y vuela ahora en helicóptero; de alguna manera debe llevar el alimento para sus 36 polluelos, que con paciencia de siglos lo esperan cada día en el nido para tomarse su ración de sopa de letras constitucionalizadas. Saben, los polluelos, que la sopa alcanza para sobrevivir, no para vivir bien, como les habían prometido; saben que están condenados a la desaparición, pero confían en que su papá Estado los reconocerá desde el helicóptero. “¡Allá están!”, los ha visto; no podría confundirlos: es su papá. Estacados en cruces de madera como espantapájaros, vestidos con traje típico, coloridos y hablando su propia lengua, tienen derechos, los polluelos. Es la pluriculturalidad en Bolivia.

Lo pluricultural alude obviamente a la multiplicidad de culturas e indirectamente a la diferencia; te lleva a mirar al otro, primero a que notes que hay otro y después a que entiendas que ese otro es diferente a ti, siendo también boliviano. Este es el gran mérito del proceso de cambio liderado por Evo Morales, de ninguna manera el haber inventado nada que no estuviera ya presente —oculto por los intereses de clase que todos conocemos— mucho antes incluso del surgimiento del indianismo-katarismo en los años setenta.

El hecho de la visibilidad de un preexistente fenómeno de tales características, con la inclusión en la sociedad de sectores por siempre marginados, no es poco, pero ahora, después de seis años de la “oficialización” de la pluriculturalidad en Bolivia con la nueva CPE, conviene preguntarse si el papá Estado pudo aterrizar en el nido con mejoras tangibles para las naciones indígena-originarias llevándoles prosperidad, o si en cambio el helicóptero permanece en el aire con el valioso pero insuficiente reconocimiento de sus derechos como tales. El estereotipo del indio de traje típico, anclado al suelo como una estaca, a veces confinado a la espera de su extinción, no debería ser lo pluricultural.

No solo de letras en sopa viven los pueblos, no siempre nutre la palabra. La pluriculturalidad es algo más que papel, por más que ese papel configure una Constitución y que esa Constitución reconozca —nada menos que— derechos individuales y colectivos de personas y de naciones o pueblos originarios.

En el marco del “nuevo” país, la democracia exige una participación efectiva de esos pueblos cuya voz —diferente— pide pista en igualdad de condiciones respecto de las que están acostumbradas a hacerse oír por una cuestión de culturas dominantes y dominadas y también por ausencia de políticas a favor de los desatendidos, pese a que la CPE garantiza el derecho a la comunicación y a la información para todos los bolivianos. Allí radica la importancia de que los medios públicos y privados avancen en la profundización de la democracia para, como dice Néstor García Canclini, estar conectados en procura de corregir las desigualdades.

La pluriculturalidad, fuera de la demagogia política y del reconocimiento simbólico de un pasado generalmente triste, sinónimo de vencidos por la opresión de un colonialismo salvaje, merece una reconstitución de las diferentes identidades nacionales contenidas dentro de la gran nación boliviana sobre la base de una comunicación articuladora, eje de una integración cuyo objetivo no sería el de componer un mosaico homogéneo de voluntades para que vivan felices y coman perdices bajo una sola bandera, sino el de cristalizar un verdadero hermanamiento (pluri)nacional.

Entonces sí, con la conciencia tranquila, podremos pensar en la utopía de vivir bien, lo que se conseguirá solamente aterrizando en el nido con algo más que palabras.

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