Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
17/03/2015 - 10:59

La impunidad del poder

a dependencia de Morales para ganar elecciones, tarde o temprano, debería pasar factura. Por ahora, Evo es todo y lo único a la vez. El que aglutina y por tanto no dispersa. El que sale fuera y es respetado. El que si habla, hay que escucharlo. El que diga lo que diga, deja una estela de impunidad pero, también, el que de haber presidenciales mañana, ganaría.

No importa tanto lo que diga o deje de decir el Presidente como la sensación de impunidad que conllevan sus afirmaciones. Ese convencimiento interior de que, diga lo que diga, nada ni nadie podrá contra su voluntad. Por último, la correspondiente inercia de la gente.

El liderazgo de Evo Morales es incuestionable. Mientras las antes sólidas figuras de Rousseff y Bachelet se desploman a la sazón de fulminantes denuncias contra la ética de sus administraciones, el Presidente de Bolivia se mantiene en su Olimpo y allí nadie, pero nadie, le hace sombra a pesar de ser cada vez más él y nunca otro, por ejemplo, cualquiera de sus colegas políticamente correctos.

Para esto hay una doble lectura. Por un lado, en tanto la oposición no logre articular una propuesta alternativa que sea acorde a los cambios del nuevo siglo, resulta difícil pensar en un escenario político fuera de la órbita Morales. Por el otro, para ningún proyecto político es una buena noticia comprobar todos los días que no cuenta con un sucesor a la vista, aunque esto importe menos en un régimen propenso al continuismo.

Se acerca el 29 y a Morales, como a cualquiera, le incomoda tener que sentarse a la mesa con sus enemigos; ¿debería sorprender su “sincericidio” de que no está dispuesto a pasar las noches —incluidas las Nochebuenas— con alcaldes y gobernadores que no sean sus mejores amantes del MAS? Coquetea él con la “muerte hablada” como su vicepresidente, que ha dicho en un acto público que este gobierno hará obras, atención, “solamente en los municipios donde el MAS gana. Y aquellos municipios donde perdamos, ni modo, será la decisión de las personas; la plata de ese municipio que era del Evo Cumple y otros proyectos, lo vamos (sic) a llevar a los municipios donde sí hemos ganado…”.

Volviendo a Morales, sería inaudito pensar en un presidente que no fuera él diciendo semejante cosa. Pero, él es él.

El MAS se ha ido forjando su condición de partido, pero lo que no ha logrado todavía es consolidar un liderazgo para reemplazar a Morales. Por eso prepara el terreno para ir otra vez contra la democracia forzando la Constitución y postulando al Presidente consuetudinario en 2019. Exitista y pragmático, nada le gusta más que ganar elecciones. Y, ahora que se ve urgido de hacerlo en las capitales o perderá su poder real, sabe bien que la nueva burguesía chola, formadora de una reconstituyente clase media urbana, le ha salido un Frankenstein y no sin razón anda temeroso del efecto bumerán.

La dependencia de Morales para ganar elecciones, tarde o temprano, debería pasar factura. Por ahora, Evo es todo y lo único a la vez. El que aglutina y por tanto no dispersa. El que sale fuera y es respetado. El que si habla, hay que escucharlo. El que diga lo que diga, deja una estela de impunidad pero, también, el que de haber presidenciales mañana, ganaría.

La advertencia chantajista y evidentemente discriminatoria de que gobernará nada más que para el MAS, en todo el mundo, menos en Bolivia, merecería un correctivo, lo que vulgarmente llamamos “voto castigo”. Pero, Evo es Evo y no otro y a él se le perdona todo, incluso millonarios actos de corrupción que rozan sus narices.

Donde la supresión del disenso se ha institucionalizado sin decreto, no conviene tomarse en serio el delito electoral, por lo menos la ofensa para la democracia que representa el hecho de que un presidente y un vicepresidente presionen abiertamente a una ciudadanía para que vote por sus candidatos, so pena de privarle de obras públicas. Más sano es ahorrarse unas úlceras y verlo como un mal chiste, propio de una tragicomedia vulgar.

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