Anatomias
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Victor Hugo Romero
09/12/2014 - 10:59

La mala educación

Sencillo resultó convertirse en segundos en un pésimo ejemplo de educación a nivel nacional, asumiendo que las imágenes que se difundieron hablan por sí solas, cuando muestran a una persona que se niega responder el saludo a otra, lo que se observa es un acto de mala educación simple y puro, más allá de los contextos políticos, de lo que representan, de las dos visiones de país: lo plurinacional y lo republicano, de los partidos antagónicos, de los rangos de autoridad.

El tema de esta semana fue la educación, después de que una asambleísta se negara a responderle el saludo al presidente, dejándolo con la mano extendida. Voces a favor y en contra tomaron por asalto las redes sociales, el mundo político se manifestó, la mayoría censuró el hecho, otra aplaudió y valoró la acción. La “acción” estuvo fuera de lugar y contexto.

Sencillo resultó convertirse en segundos en un pésimo ejemplo de educación a nivel nacional, asumiendo que las imágenes que se difundieron hablan por sí solas, cuando muestran a una persona que se niega responder el saludo a otra, lo que se observa es un acto de mala educación simple y puro, más allá de los contextos políticos, de lo que representan, de las dos visiones de país: lo plurinacional y lo republicano, de los partidos antagónicos, de los rangos de autoridad.

La actitud de la parlamentaria puede entenderse como un acto de negación a esa mayoría (más del sesenta por ciento) que sí votó por Evo o a la minoría (menos del cuarenta por ciento) que no está de acuerdo con él,  por el contexto mediático y hasta ideológico con el que se asimilaron esas imágenes,  se evidenció la confrontación política que vive el país, polarización que no permite, ni genera chance alguna para una concertación, menos conciliación, aún si en esa lógica dependiera el desarrollo o la nada sencilla estabilidad social del país, Bolivia no está en condiciones de hablarse a sí misma, de entablar un diálogo con su otro yo, al menos con esa fracción radical que todavía apuesta por el desastre.

En la lógica de “el otro”, vale preguntarse si se ha registrado  una agresión, quién rechaza el saludo es el que agrede, se niega a darle la mano, a hacer contacto, a estrechar la representación de ese otro al que no siente su representante y por tanto asume que no le debe respeto, no tiene por qué darle la gracia de responder el saludo, se pasa de largo, sonríe y se retira. Asumiendo que más allá de los cargos, existe un otro nivel, aquel que es capaz de rechazar toda norma de urbanidad, entendiéndose como la suma de “cortesanía, comedimiento, atención y buen modo”; por culpa de un origen, un color, una cultura, de aquel que no me corresponde, con el que no puedo/ ni debo relacionarme,  siquiera tocarlo. Del que está arriba o abajo, dependiendo cómo se sientan, midan y miren las fuerzas.

Las redes se llenaron de reflexiones, de concepto clásicos de educación como el  “no sea como yo, salude” o “lo cortés no quita lo valiente” que dan pie a la cortesía, que se aplica básicamente como la “demostración o acto con se manifiesta la atención, el respeto o afecto que tiene alguien a otra persona”, por ese otro ser que podría ser tan distinto a nosotros que aun así no merece desprecio, sino tolerancia, valor/cualidad democrática que nos hace distintos, que nos permite superar diferencias por una lógica de madurez social, de crecimiento personal, siendo la barrera más difícil sortear los resentimientos, materia en la que nos aplazamos.

¿Somos educados los bolivianos? ¿Persiste la discriminatoria práctica del ninguneo? ¿Hemos obrado con descortesía, fuimos protagonistas o testigos de berrinches  sociales? Es posible que sí, porque como sociedad no tenemos la obligación de ser perfectos, asumimos que la imperfección, el error es parte de nuestra esencia humana y corresponde intentar ser mejores, aceptando que  es también nuestro derecho equivocarnos pero no a humillar, pero en el contexto dado, cuando priman las formas y lo políticamente correcto, errar no es humano, equivocarse es perder, salir derrotado de una justa en la que se mide la talla política antes que el pataleo sin sentido, mucho más cuando el performance político no es el ideal y no correspondía, ni estaba en concordancia con un acto en el que una maleducada estaba demás. 

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