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Arturo Yáñez Cortes
12/07/2021 - 20:14

¿Puede el Estado obligar vacunarse? Mejor es la zanahoria que el garrote…

Si nos atenemos al imperio del estado de derecho y no le metemos no más, resulta que el estado no puede obligar a sus ciudadanos inocularse.

Vengo sosteniendo invariablemente que, definitivamente, somos una generación privilegiada. Pese al desastre global que el virus chino ha causado, paralelamente el fabuloso avance de la ciencia ha logrado desarrollar no una sino varias confiables vacunas en muy lapso breve, que están deteniendo sus luctuosos resultados. Además de las medidas de bioseguridad, las vacunas lograrán a mediano plazo la anhelada inmunidad de rebaño y la humanidad podrá avanzar hacia su nueva normalidad.

No soy entonces covidiota y más bien estoy en el otro lado de la vereda: soy pro vacuna y agradezco a Dios que haya obrado en su creación para tamaño éxito traducido en los científicos que desarrollaron las vacunas. No obstante, aunque comprendo la desesperación de quienes administran los estados para ante la magnitud del desastre sanitario, sanitario, educativo y otros, recurran a pretender obligar sea por medios directos o indirectos a que el ciudadano tenga que vacunarse por la fuerza, si nos atenemos al imperio del estado de derecho y no le metemos no más, resulta que el estado no puede obligar a sus ciudadanos inocularse.

En Bolivia, la CPE por su art. 44 ordena que ninguna persona puede ser sometida a experimentos científicos sin su consentimiento, además de intervención quirúrgica, examen médico o de laboratorio sin su consentimiento o el de terceros legalmente autorizados, salvo peligro inminente de su vida (que no es el caso, pese a todo). La CADH (art. 11.2) que nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida, al igual que el 12 de la DUDDHH. El Código de Salud de 1978 ya ordenó que el derecho a la salud comprende no ser sometido a experimentación clínica y científica sin previo consentimiento de la persona, con la debida información en cuanto al riesgo.

Aunque son normas de soft law, por ejemplo el Código de ética médica de Núremberg resultante de los mismísimos procesos de Núremberg, introduce los principios que rigen la experimentación con seres humanos, incluyendo el consentimiento informado y la ausencia de coerción. La Declaración de Helsinki, promulgada por la Asociación Médica Mundial (AMM), es el documento más importante en la ética de la investigación con seres humanos, declara como principio básico el respeto por el individuo, su derecho a la autodeterminación y a tomar decisiones informadas (consentimiento informado). No cabe olvidar además la Declaración de Ginebra (1948) que actualizó el juramento hipocrático propuesto por la Asamblea General de la Asociación Médica Mundial que obliga no emplear los conocimientos médicos para violar DDHH y libertades ciudadanas, incluso bajo amenaza.

Más allá de la bizantina discusión si las flamantes vacunas puedan ser aun tomadas como experimentos científicos o no, sus fabulosos, benignos y efectivos resultados nos están probando más allá de toda duda razonable por muchas nuevas cepas y naturales incertidumbres y temores que surjan, que definitivamente son el elemento imprescindible para lograr la inmunidad de rebaño, hacia la nueva normalidad. 

Así el estado del arte y, reitero, comprendiendo la desesperación de los altos cargos obligados a incidir en el problema, es muy fácil recurrir a las pulsiones autoritarias que todos los seres tenemos – muy creciditas en algunos afines al meterle no más- pero a la vista de toda la normativa legal antes brevemente explicada, ni siquiera por medios indirectos –exigir carnet o impedir ingresos- el estado puede obligar a los ciudadanos vacunarse, lo que obliga a recurrir en vez del garrote a la zanahoria, es decir, a los incentivos tales como las rebajas en servicios, yapitas, etc que forman parte del difícil arte de convencer y no imponer. Acaba en Sucre de inaugurarse una plausible campaña en ese sentido, fruto de la feliz interacción entre lo público y lo privado, cuando “el imperio” acaba de regalarnos un millón de monodosis de vacunas (los aliados del gobierno nos las están vendiendo, a cuenta gotas y ni siquiera sabemos a cuantito) dejando con los dos ñahuis morados esos demagógicos discursitos antiimperialismo y otros clichés. Bienvenidas sean las vacunas y bravo por los vacunados pues no sólo estamos protegiéndonos nosotros, a nuestros seres queridos, sino al prójimo, confiando en la ciencia que muy afortunados somos de disfrutar sus vertiginosos logros: “La salud es la mayor posesión. La alegría es el mayor tesoro. La confianza es el mayor amigo” Lao Tzu

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