Opinión
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Max Raúl Murillo Mendoza
20/03/2024 - 14:34

El mundo camina a la guerra y el caos total

El mundo entrará en un caos total, porque en tiempos de guerra son los brutales y los matones los que aprovechan las circunstancias. Por eso el crecimiento de los fascismos de toda laya, de toda postura ideológica. Esta desestructuración institucional, ciertamente afectará a la economía.

Como van las cosas el mundo se encamina otra vez al abismo de la guerra. Las economías más importantes del planeta se transforman en economías de guerra. Es decir, el hambre y la miseria crecerán como en la pandemia, y los negocios turbios de las industrias de armas florecen como nunca. El genocidio de Palestina y la guerra de Ucrania, son sólo laboratorios para los especialistas y genocidas de la guerra. Este escenario surrealista y apocalíptico es la muestra contundente del rotundo fracaso, del sistema capitalista mundial.

El mundo entrará en un caos total, porque en tiempos de guerra son los brutales y los matones los que aprovechan las circunstancias. Por eso el crecimiento de los fascismos de toda laya, de toda postura ideológica. Esta desestructuración institucional, ciertamente afectará a la economía. Los pobres se harán más pobres. Los ricos empezarán a invertir en armas y tecnologías de la muerte. La historia se repite indudablemente.

En Bolivia también sentiremos la tragedia del sistema. Ni siquiera ser periferia de la periferia nos salvará de las circunstancias. Los coletazos sistémicos nos llegarán con factura, pues ni siquiera nuestra economía se encuentra estable: boicoteada cavernariamente, boicoteada por instintos trogloditas de escasos sentimientos patrióticos o nacionales.

Sin embargo, también debería ser un fracaso nuestro. Cerca al bicentenario no hemos sido capaces de construir un Estado con políticas de Estado, al menos de medio aliento. Ni siquiera podemos alimentarnos con nuestro propio pan, porque ni siquiera trigo producimos. No hemos sido capaces de construir sociedades de consensos, donde la crítica sea el insumo más importante para avanzar. Donde la investigación sea la costumbre más prudente para debatir, para intercambiar ideas siempre en función de la Patria, de los más necesitados, de los más humildes de la sociedad, que hoy otra vez llenan nuestras calles mendigando por el hambre.

El bicentenario nos pillará pobres, sin políticas de Estado a largo plazo, sin futuro sino con las palabras vacías de siempre: horas cívicas sin sentido alguno para el bolsillo, sin sentido alguno para la inmensa desesperanza existencial de la Bolivia profunda. El bicentenario será otra fecha más en la larga agonía por soñar en este bello país.

Pues bien. Quiénes tercamente seguiremos insistiendo en la igualdad, desde la justicia, desde la claridad institucional, desde las leyes democráticas y de consensos, no tenemos más remedio que intentar construir utopías, sueños y nuevas revueltas, revoluciones y cambios porque así lo exigen desde sus necesidades los más pobres, los desheredados de la historia, los marginados que sólo son excusas de discursos y teorías vacías. Aquellos millones que sólo cargan las desdichas de los modelos, de los errores de cabrones que siempre viven bien a costa de ellos.

La única creatividad por ahora es la de los pobres en las calles, que tienen que inventar lo que sea para comer. Los niños que piden limosna y tienen que inventar novedades para pedir pan. En este mar de la mediocridad alucinante, del analfabetismo funcional con mayúscula en el espectáculo más abominable de todos los tiempos. En una mezcla burda e insultante de la politiquería frívola. En medio del hambre y la miseria de nuestras calles, que por supuesto nada pueden inspirar a los delirantes de las “revoluciones”.

Pues sí, se viene la guerra en occidente. Esos cavernarios no aprenden de su propia historia, de sus propias experiencias. Y desatarán el caos total por todo el mundo, que puede desencadenar otras guerras regionales. 

Escenarios en donde tenemos que sobrevivir, hasta que llegue otra vez algo de paz. Pero ya no podemos contar con las canciones gastadas de occidente, en tantos siglos de engaño, de grosero engaño y soberbia histórica. Ojalá sean tiempos de nuevos tiempos a pesar de las guerras y las tragedias que vienen.

Ojalá también que nuestras élites analfabetas y provincianas por fin pasen al basurero de la historia. Y las nuevas generaciones despierten por fin, porque les toca guiar a la historia de este país, pues los fracasos de los viejos y vejestorios de las viejas generaciones duelen demasiado. No dejan nada para la Nación y la Bolivia profunda, sólo ilusiones y discursos totalmente desactualizados, totalmente improductivos para estas horas cruciales.

Que estas profundas crisis sean oportunidades para lo nuestro, en términos de Marx, para por fin tocar nuestras propias fibras de nuestras propias historias. No prestadas; no imitadas groseramente, no de pantomima ideológica. Sino lo nuestro. Lo propio. Que las nuevas generaciones despierten y agarren el timón del presente y futuro del país.

Necesitamos, por otro lado, reescribir nuestras historias. Demasiados mitos y cuentos no ciertos adornan los libros, que sólo adormecen las mentes de los niños y jóvenes de todas las clases sociales y culturas. Añadiendo al festín de la confusión total, que sólo frena las voluntades y creatividades de los tejidos sociales.

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