Dársena de Papel
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Oscar Díaz Arnau
15/09/2015 - 12:09

El repostulador profesional

El título de “repostulador profesional” no lo consigue cualquiera. Un repostulador profesional debe ser alguien que se quiera a sí mismo por sobre todo y por sobre todos. Como todo el que busca escalar en la vida, antes que nada debe tener ganas, muchas ganas de ser presidente, de ser vicepresidente, por ejemplo. Y un repostulador con título debe estar predispuesto a la reelección indefinida, consecuencia lógica de toda paciente construcción de caudillismos a prueba de democracias efectivas.

Los bolivianos atraviesan por un conflicto desesperadamente arjoniano: el problema no es problema. Dice la psicomusicología política que en algún impreciso momento de la historia de este país, el problema dejó de ser la afectación de la democracia por las continuas reelecciones presidenciales y se travistió en la persona que hace del problema, un problema. “Dime que NO y lánzame un SÍ camuflajeado…”.

Intentaré explicarme mejor. La fuerza de la costumbre impuso la costumbre al problema; es decir, al igual que cuando ‘mientes, mientes y algo queda’, el que acostumbra al resto a tenerlo por imprescindible naturaliza su presencia en ese lugar sagradamente reservado para los humildes, para los menos apegados a sí mismos y más dados a los demás. Estos se reconocerán falibles y estarán deseosos de realizar la labor que humanamente les sea posible para, al cumplir su mandato, entregar la posta al que sigue. De eso se trata la integridad democrática de un hombre o de una mujer en función de gobierno.

Lamentablemente, la de los insustituibles no es una costumbre nueva en Bolivia: pasó antes con otros presidentes que, como Evo Morales, se dijeron democráticos y lo fueron, aunque les faltó integridad. A todos ellos se les estropeó el chip de la humildad.

Evo se postuló en 2006, se repostuló en 2009 y en 2014, se repostulará de nuevo en 2019 y, al parecer, no tiene mayor inconveniente en postularse para otra repostulación en 2025. Tal será la fuerza de la costumbre que, hoy, no sabe hacer otra cosa que ir a la reelección. “¿Persevera y triunfarás?”, “¿el que se especializa llega lejos?”; pronto, su férrea costumbre lo convertirá en un repostulador profesional y, entonces sí, suficientemente, alguna universidad podrá investirlo con su Doctorado Honoris Causa.

El título de “repostulador profesional” no lo consigue cualquiera. Un repostulador profesional debe ser alguien que se quiera a sí mismo por sobre todo y por sobre todos. Como todo el que busca escalar en la vida, antes que nada debe tener ganas, muchas ganas de ser presidente, de ser vicepresidente, por ejemplo. Y un repostulador con título debe estar predispuesto a la reelección indefinida, consecuencia lógica de toda paciente construcción de caudillismos a prueba de democracias efectivas.

A diferencia de las democracias íntegras —se entiende, hechas por demócratas íntegros—, los caudillismos —como los patriarcados, como las monarquías— necesitan de personalismos impenitentes. El sistema político del caudillaje tiene la costumbre de insuflar egos y paralelamente desarrollar una duradera campaña de persuasión, con el objetivo de que el pueblo —por costumbre— acabe convenciéndose de que nada será posible sin el elegido, sin el caudillo. Fundamental: la campaña debe sustentarse en el maniqueísmo (“es él o nada”) y ser catastrofista (“es él o el mundo se viene abajo”).

El repostulador profesional, tarde o temprano, se convierte en el problema del problema de una democracia afectada, precisamente, por la reelección consecutiva del repostulador consuetudinario. (Dicho sea de paso, otro rasgo característico de este político titulado en Bellas Artes es que suele desplegar el simpático —pero conmovedor— argumento de que no es él quien se repostula, sino que lo repostulan. Es, lo repostulo, una cuestión arjoniana).

El problema del problema que no es problema se resolvería con una democracia íntegra. No es necesario un asceta como presidente: con una moral discreta en el Palacio basta y sobra para un país de gente honrada y nada pretenciosa como la boliviana. Bolivia, por último, se merece un poquito de respeto, tan solo buen gusto musical en la política.

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