Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
30/09/2015 - 09:26

Las derrotas que se niegan a reconocer

Mediáticamente, la batalla legal es menos rigurosa. Bachelet no quiere admitir que en esta instancia Bolivia ganó (y por lo tanto Chile perdió). Parece sentirse cómoda preconizando una sentencia desfavorable, algo raro en una nación cuya característica no es precisamente la de políticos dejándose arrastrar por la corriente demagógica en terreno diplomático. Cualquier mortal deduce que cuanto más de esto ocurra, menos posibilidades de éxito tiene un país de salir airoso en un diferendo internacional.

La importancia del fallo de la CIJ, contrariamente a lo que parece, no radica en la idea de la obligación de negociar sino en el explícito reconocimiento de La Haya de que Chile tiene cuentas pendientes por resolver con Bolivia. Con esto —que no es lo mismo que aquello— queda desbaratado el argumento principal de que el Tratado de 1904 invalida cualquier reclamo de acceso soberano al mar.

“…los asuntos en litigio no son asuntos ya resueltos por arreglo o acuerdo entre las partes, ni por laudo arbitral, ni por decisión de un tribunal internacional, ni tampoco regidos por acuerdos y tratados en vigor a la fecha de formalización del Pacto de Bogotá”. Es cierto, no se pronuncia sobre el fondo de la demanda, pero sí deja establecidos —y con bastante claridad— los fundamentos erróneos de Chile para rechazar el pedido boliviano. El ojo avizor sabrá distinguir que, además, sienta las bases para el fallo definitivo.

Mediáticamente, la batalla legal es menos rigurosa. Bachelet no quiere admitir que en esta instancia Bolivia ganó (y por lo tanto Chile perdió). Parece sentirse cómoda preconizando una sentencia desfavorable, algo raro en una nación cuya característica no es precisamente la de políticos dejándose arrastrar por la corriente demagógica en terreno diplomático. Cualquier mortal deduce que cuanto más de esto ocurra, menos posibilidades de éxito tiene un país de salir airoso en un diferendo internacional.

No hay necesidad de condena alguna. El (¿buen?) político no pierde nunca: puede no ganar, pero nunca perder. Y si no, veamos con qué facilidad las autoridades bolivianas se sacudieron la pelusa de la derrota de hace apenas una semana en los referendos por los estatutos autonómicos. Evo Morales padece constantemente un problema intestino que Bachelet, al menos en apariencia, goza reproduciéndolo: la deshonestidad.

En contraste con la política de los políticos demagogos, la diplomacia de los diplomáticos de carrera —por principio— no acepta la deshonestidad. La teoría expuesta por Felipe Bulnes de que la demanda boliviana quedó “significativamente reducida” fue descartada, antes que nadie, por el educado pueblo chileno (ni aunque se esfuerce, el gobierno de Bachelet podría malograr en un minuto la tradición histórica de los mayores diplomáticos del continente). Bolivia nunca pidió más de lo que pidió, es decir, que La Haya obligue a Chile a sentarse a negociar; y no solo lo consiguió, sino que la CIJ determinó como objeto del diferendo la existencia de la obligación de negociar un acceso soberano al mar y el incumplimiento de tal obligación. He aquí la real importancia de la victoria de Bolivia, que su contraparte se niega a reconocer.

La negación de la realidad es una de las grandes debilidades del ser humano y, por contagio, también de las democracias aparentes de hoy en día. Así, con el efecto mediático determinante en los tiempos que corren, muchas veces acabamos creyendo que somos lo que nuestros gobernantes (a menudo deshonestos) dicen que somos. Por eso si Morales quiere, el MAS no habrá perdido en los referendos autonómicos. Por eso si Bachelet quiere, Bolivia no habrá ganado nada en La Haya.

Respecto a esto último, es bueno saber que cuando Bachelet se muestra feliz con la decisión de La Haya y reitera que Chile no tiene pendiente ningún tema territorial o limítrofe con Bolivia, apenas está siendo consecuente con los derroteros de su capricho (demagógico, de ser humano y de presidenta), aunque esto le signifique la posibilidad de estar cavando su propia tumba política. O peor aún, de estar contratando un sepulturero caro, la CIJ, que el jueves dijo exactamente lo contrario.

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