Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
19/10/2015 - 10:24

La oposición y el rédito de no existir

La democracia no es buena en sí misma. Tampoco mala. Como enseña el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, nunca será algo hecho sino una tarea. En ese sentido, yo creo que el mundo está dividido entre los que buscan hacerla y los que la van deshaciendo. ¿Se ha preguntado usted si es buena o mala su democracia, hoy?

La democracia no es buena en sí misma. Tampoco mala. Como enseña el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, nunca será algo hecho sino una tarea. En ese sentido, yo creo que el mundo está dividido entre los que buscan hacerla y los que la van deshaciendo. ¿Se ha preguntado usted si es buena o mala su democracia, hoy?, ¿si habrá más interesados en hacerla que en deshacerla? Por otro lado, ¿notó usted la ausencia de liderazgos nacionales? ¿Y el detalle de que los principales portavoces de la contra al oficialismo en el último año han sido el padre Mateo, el cívico Llally y la periodista Amalia Pando?

Hasta ahora, la solitaria figura política de Evo Morales, aparte de no dejar margen a la comparación —la forma básica que tenemos los seres humanos para separar la paja del trigo—, fue clave en doble sentido: para la supervivencia del MAS y para la sepultura de todo lo demás. Cuando de elegir se trata y hay una opción versus nada, el ejercicio gimnástico de una democracia fundada casi exclusivamente en el voto promueve el desarrollo de un músculo útil para el único elegible (o visible). A no ser que por una distracción de la democracia utilitaria, el atleta-elector aprendiera a votar por algo inexistente.

Este sería el caso del No del referéndum autonómico, cuyos resultados no han podido ser capitalizados por la oposición y por eso el MAS, si no gana, tampoco pierde. Eso sí, luego de diez años de una democracia (des)hecha a la medida de mayorías finalmente descartadas, la experiencia de la consulta por los estatutos costó pero valió para sacar de su zona de confort al aburguesado oficialismo. A cualquiera desmotiva competir solo, no tener la posibilidad de enrostrar una derrota al contrario perdedor, pero nada incomoda tanto al gobierno del “empate catastrófico”, primero, y de las “tensiones creativas”, después, como quedarse sin rivales y verse obligado a lidiar con sus propios fantasmas.

Los fantasmas no existen, pero que asustan, asustan. Excepto la “Primavera boliviana” en las redes sociales, nadie hizo campaña por el No a los estatutos y esto, precisamente, fructificó en un éxito sin precedentes para el “candidato” invisible; otro fantasma. Tan curioso es este momento que, al final, reditúa más a la oposición no existir.

En realidad, la oposición existe. Que no tenga barba o moflete; que no sea identificable con un signo político-partidario, de ningún modo significa que no exista. Habiéndose consumado el desmantelamiento del sistema de partidos, no es una locura pensar en una palestra virtual con una oposición “irreal”; si bien caótica, pujante, mimetizada entre la fauna ciberespacial y, a la luz de los resultados, efectiva gracias a la creatividad inagotable de una nueva ciudadanía política, sí, en Facebook.

Todo indica que mientras más saque la cabeza la oposición tradicional para apoyar cualquier causa contraria a este oficialismo de afanes imperecederos y por tanto antidemocráticos, menos favor ciudadano obtendrá. Esa oposición —caduca— deberá entender que está inmersa —también— en un proceso de cambio.

En el otro lado de la balanza, tras el último guantazo autonómico y sabiendo que ahora sí que no hay margen de error, el Gobierno ha puesto las barbas en remojo varios meses antes del 21F. Y está dispuesto a todo, incluso a forzar los números del crecimiento económico con tal de que haya doble aguinaldo —para obtener el agradecido voto de la clase formalmente empleada—, no importándole si con esto mata la industria nacional. ¿Para el MAS, esto es lo de menos?

Por último, la democracia —buena o mala— no solo tiene que ser. También parecer.

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