Anatomias
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Victor Hugo Romero
29/03/2015 - 16:36

Pasajero, el principal enemigo

Pase lo que pase, se seguirá manteniendo la máxima que volar es la manera más segura de viajar, de hecho sí, en comparación a los miles de accidentes carreteros, pero como el mundo no aprende, más allá de los resarcimientos económicos, ahora los ojos de ese Gran Hermano se posarán en los pilotos y las azafatas en busca de aquella depresión que pueda provocar la caída no del sistema, sino la estridencia en el modelo de seguridad al que ya estamos sometidos.

Desde los atentados contra las Torres Gemelas el mundo cambió drásticamente, aquel 11 de septiembre dejamos der ingenuamente normales, dimos inicio a un largo y sistemático proceso de pérdida de nuestros derechos humanos y ciudadanos, a título de seguridad reducimos al mínimos el valor de nuestra vida privada y empezamos a considerar a todo extraño como sospechoso.

Con el tiempo la paranoia se institucionalizó al extremo de convertirse la seguridad extrema en un elemento de lo más normal, los grandes países, aquellos que se sienten constantemente amenazados, especialmente los Estados Unidos, empezaron a fortalecer sus gigantescas redes de espionaje llegando a vulnerar una serie de normas y protocolos, ayudados por la tecnología cibernética iniciaron una escalada de espionaje en busca de secretos que no sólo los ayuden en su lucha contra el terrorismo también económicamente, más de una vez se conoció que se obtuvieron ilegalmente secretos sobre transacciones empresariales que beneficio a los capitales de terceros.

Desde que esos dos aviones se estrellaron contra Las Torres el universo aéreo también fue afectado, la seguridad se primó a tal extremo que se consideró el método del ataque como una norma con tendencia a réplica y se fortalecieron las medidas de control contra el pasajero llegando al extremo de camuflar un policía como pasajero, siendo entonces el usuario el principal enemigo, aquel que estaba sentado en el vuelo, en clase económica y que tan sólo necesitaba llegar de un punto a otro lo más rápido que se pueda, volando.

La vida se complicó para el usuario, puesto que se le redujeron al mínimo los pocos privilegios que tenía, se controló su ingreso, se requisaron sus pertenencias en busca de un objeto que podría usarse como cuchillo, de bacterias peligrosos entre sus alimentos, de una posible bomba, si hubiera sido posible habrían exigido una examen sicológico antes de todo abordaje, más allá de escanear todo su cuerpo en busca de la peligrosidad de su alma. Con esta actitud se fomentó la discriminación, suficiente tener un apellido medio árabe o una pinta islámica, como una barba larga para que los ojos del Gran Hermano se posen sobre el sujeto y lo sigan hasta que poco a poco vayan descartando su aparente peligrosidad.

Pero a contra mano de este exceso de control, había un segundo grupo que gozaba de todos los favores posibles, que sorteaba todos los controles, que estaba muy por encima de los pasajeros, que veía con desdén su oficio y además se hallaba constantemente protegido, nos referimos a los pilotos y azafatas, en nuestro mundo local, con solo hacer un viaje podemos ver cómo gozan de esa libertad que usuario no tiene, se pasean por ahí cruzando los límites que impiden al resto de los mortales un libre acceso.

Resulta que ahora el mundo ha vuelto a cambiar, a dar un giro en caída libre, después de la muerte de 150 personas en un avión alemán sobre los Alpes franceses, porque el copiloto decidió suicidarse, estrellándose contra las montañas sin dar explicación alguna y afectando a cientos de familias y por ende a todos sus compañeros, puesto que ahora se va conociendo de lo frágil que habían sido las medidas de control y seguridad hacia los pilotos, lo vulnerables que son las propias empresas aéreas, especialmente la suya que permitió que un piloto asuma la responsabilidad de volar en teoría sumido en una profunda depresión, que estaba con un tratamiento siquiátrico un día antes de cometer este asesinato múltiple, si es que esa verdad oficial no es la tapadera de otra mucho más oscura que en aras de proteger al mundo a unos poderosos está siendo ahora callada.

Pase lo que pase, se seguirá manteniendo la máxima que volar es la manera más segura de viajar, de hecho sí, en comparación a los miles de accidentes carreteros, pero como el mundo no aprende, más allá de los resarcimientos económicos, ahora los ojos de ese Gran Hermano se posarán en los pilotos y las azafatas en busca de aquella depresión que pueda provocar la caída no del sistema, sino la estridencia en el modelo de seguridad al que ya estamos sometidos.

 

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