Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
13/05/2015 - 11:20

La palabra que se dice

“Quien piensa claro, escribe claro” nos decía estampado a la pared, tieso, en puntas de pie, el maestro Gonzalo Gantier en la clase de Redacción y Estilo. No hacía falta más, nada más y nada menos que pensar antes de escribir. En las aulas universitarias, no he recibido mejor enseñanza que esa.

Hay palabras que pareciera que se quedan dormidas y nunca ven la luz del día. ¿Será por la noche, que las envuelve y las anuda con un hilo rojo para que no sean dichas, para que se ahoguen en la boca y mueran justo antes de que el pensamiento tome la extraña decisión de traducirlas y sacarlas para fuera?

Las palabras que no se dicen, a veces, se piensan. Están vivas antes de morir: no llegan a ser y se mueren. En cambio las palabras que se dicen y no se piensan, viven primero y se mueren de vergüenza después.

Pensar antes de hablar o de escribir... Parece algo lógico, que cae de maduro. ¿Será por esto, porque no siempre se cae así, de maduro, que tan frecuentemente no se piensa antes de hablar o de escribir?

“Quien piensa claro, escribe claro” nos decía estampado a la pared, tieso, en puntas de pie, el maestro Gonzalo Gantier en la clase de Redacción y Estilo. No hacía falta más, nada más y nada menos que pensar antes de escribir. En las aulas universitarias, no he recibido mejor enseñanza que esa.

Generalmente no se toma el recaudo de pensar antes de hablar o escribir.

Un ejemplo común en nuestro medio: Cuando se nos ocurre decir (o escribir) “hace una semana atrás”, si pensáramos antes de expresar esa frase nos ahorraríamos la palabra “atrás” y simplemente diríamos “hace una semana”. Pero no pensamos.

Conclusión: Si pensáramos, si prestásemos atención a la idea que formamos en la cabeza antes de sacarla fuera, cometeríamos menos errores. Esto, por supuesto, puede ser aplicado en todos los ámbitos de la vida.

Cometer menos errores… ¿A quién le importa cometer menos errores? El mundo corre tan a prisa que estos no son buenos tiempos para pedir reflexión, calma, una pausa en medio de la carretera (hace décadas, la frase hubiese sido: “una pausa en el camino”, pero ya no existe esa palabra mansa que alude a la tranquilidad de una senda).

Tan a prisa corre el mundo que, aun viviendo en él, no lo conocemos: lo vemos pasar por nuestras narices sin aprehenderlo nunca. Aun siendo los inventores de la tecnología —esa misma que nos acerca tanto como nos distancia con apenas un click—, somos incapaces de detener el tiempo, no sabemos dominarlo ni podemos quedarnos en él, obligándolo a estar a nuestra disposición un minuto entero.

Esto que voy a decir ahora, no importa mucho (yo sé que no hay tiempo para pensar). Lo digo solamente porque lo tengo atravesado en la garganta, y, al final, cada uno desaprovecha el tiempo que no aprehende como mejor le place. Aquí va: Si cometiéramos menos errores, seríamos mejores.

Ser mejores… ¿un propósito inteligente, no? Pero la inteligencia es una facultad en vías de extinción. Y la que perdura, generalmente herencia de sabios ancestros, anda precipitada por carretera, no conoce la tranquilidad de la senda.

Ser mejores, o buscar la superación, no encaja. No hay tiempo para semejante cosa.

Retomando el hilo rojo de la noche negra del principio, yo creo que una palabra pensada será mejor que se la diga. Eso antes de que la palabra sea más rápida que el pensamiento.

De todos modos, en cabezas de tecnologías avanzadas como las de hoy, sería ilógico pues andar a otro ritmo que no fuera el de este mundo, y caer en la antigualla de vivir a pensamiento suelto, reflexionando antes de hablar y escribir. ¡Por favor!

Bueno, bueno… Al menos circulen en ese atolondrado tren los versos que el poeta José Hierro ha dicho: “Hay que invadir el día, / apresurar el paso, /¡de prisa! / Antes que se nos eche / la noche encima… / Decir nuestra palabra / porque tenemos prisa. / Y hay muchas cosas nuestras / que acaso no se digan”.

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